Un día las venusinas bajaron en Buenos Aires
con unas sombrillas claras.
De su planeta de hembras llegaban por los espacios,
hermosas, pibas y extrañas.
Las vieron llegar, tan sólo, los que andan de madrugada.
Y nadie se las creyó,
dijeron: "Son de mentira, ¡palomas de propaganda!"
Vivieron, en nuestras calles, cien días con sus cien noches.
Los ojos rojos tenían
y polen en los corpiños y soles en las enaguas,
¡qué lindas las venusinas!
Traían dos corazones invictos en las entrañas.
Ningún varón las amó.
Decían: "Son espejismo, fantasma, ¡puro fantasma!"
Las vieron ir por Retiro, por Once y plaza Lavalle,
absortas y enamoradas.
Tiraban a los muchachos sus besos del otro mundo
y nadie se los besaba.
Se sabe, porque se sabe, que un martes muy de mañana,
solteras de gravedad,
se fueron todas al río, a echar su ternura al agua.
Y un día las venusinas volvieron camino a Venus
con unas sombrillas claras.
Algunas se demoraron y anclaron en Buenos Aires
perdidas de su bandada.
Son esas mujeres hondas, calladas, tristes y raras
que habitan esta ciudad,
y fueron las que inventaron los tangos y la nostalgia.