A la memoria del inolvidable amigo Dystor Pérez Rompani, el Flaco Pérez
Muchachos, déjenme que entreabra el suelo,
que quede al viejo amigo una salvada:
se ha muerto y lloro, y llora hasta mi boca
cantando estas inútiles palabras.
Muchachos, esta muerte que no cesa
mostró nuestras carencias de fantasmas,
llamándolo entre espíritus, perdemos:
nos pesa el cuerpo estúpido en el alma.
Desde hoy en los boliches sus labios serán ecos
a bordo de las tristes tacitas de café,
y un mar de amor y vino, detrás de los espejos,
traerán las tempestades del corazón de él.
Y un piano entabacado, mistongo y candombero,
dirá: "¡Chau, Flaco lindo!" con penas de marfil,
y cuando al alba giman danzando los espectros,
se sonreirá su barba colgada en el atril.
Muchachos, déjenme que hoy no hay más tango
que al hueco de su voz desmantelada;
hablar de qué, ¿de qué?, ¿de aquellos sueños
que fueron a la lona en la mancada?
Muchachos, si él no acierta ya ni erra,
vestido con un pozo tengo ganas
de hundirme en el terrón donde él se nubla
¡y hacer frente, con él, a tanta mala!