Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco.
Tal vez fuiste morocho y el alba te peinó
con lágrimas de luna, muy niño, en aquel patio,
dolor que en una orquesta de mirlos debutó.
Del sótano del alma te sobreviene el canto.
El ángel del asfalto florece en tu temblor.
Y cuando el fueye arrea su vendaval de infarto,
el Tango es una curda poética en tu voz.
¡Tu cara de reloj de arena!...
La ropa, ¡que te duele en serio!
Tu gracia de afinar los versos
siempre fiel a la milonga de tus dichas y tus penas.
En éxtasis de amor troileano,
los duendes del Gotán no han muerto;
Roberto, prestales tu misterio:
que vibren, gocen, vuelvan, sufran y amen, che, Polaco,
igual que vos.
Porteño, flaco y rubio, te dicen El Polaco.
Polaco, hermano mío, vení, cantá, ¿no ves?,
que en tu talento sueña la noche fantaseando
un loco valsecito de Expósito y Chopin.
En tanto el telegrama compadre de tus tacos
confiesa: "Si me muero de amor, reviviré...",
la estética de un beso te sangra entre los labios
y salen las palabras enamorándose.